Un bello cuento equino…

Me llamo Pitufo, y no me gusta que me toquen las orejas

Vivo en el campo, en un terreno junto al Parque del Tamarguillo, al aire libre, bajo el sol y la lluvia. Vivimos como los caballos salvajes, aunque nosotros no lo somos, nos relacionamos con personas humanas, una relación de colaboración, no hay violencia ni reclusión en boxes1. Esto es así, porque las personas nos cuidan trabajan la doma natural que es la mejor manera de entrenar a caballos para dedicarlos a las Terapias Ecuestres, que es una forma de ayudar a los niños y mayores discapacitados con la ayuda de caballos. Ellos nos cuidan y nosotros los cuidamos, así es nuestra vida.

Lo de Pitufo es por el tamaño –es que soy un poni–, pero no entiendo por qué me dicen pequeño, cuando en realidad soy muy grande para ser un poni, de hecho tengo mezcla con caballo asturcón, que es un recio caballito originario de Asturias.

Los ponis tenemos fama de cascarrabias, pero ese no es mi caso, me gusta que los niños se acerquen a mí, sobre todo si lo hacen despacito, me acarician, me cepillan y me dan algún regalo (zanahoria, algarroba, manzana…). El tema de las orejas es algo complicado que no puedo controlar, me pongo nervioso si me las tocan y agito la cabeza, a veces me dan ganas de dar algún bocado. Mis compañeros del equipo de terapeutas me ayudan a superarlo, antes de las sesiones de terapia me hablan con cariño, me dan palmaditas por el cuerpo, me masajean y me tocan poquito a poco las orejas para que vaya acostumbrándome y aprendiendo autocontrol, así cuando un niño me las toca mi reacción es menos brusca, no me gustaría que se asustasen de mí.

En nuestro trabajo es muy importante el autocontrol y el cariño, os voy a contar lo que le paso a Llaverito, un amigo que yo tenía en una granja donde me crié: Llaverito, como por su nombre habréis podido adivinar, era otro poni, mas pequeño que yo, de color rojizo (en el mundo del caballo se dice alazán), con crines y cola rizadas de color rubio brillante, era muy bonito y a todos los niños les daban ganas de tocarlo nada mas verlo, pero había un problema: Llaverito daba patadas y bocados sin ton ni son. Suponía un peligro para todos, también para los caballos: se metía en pelea con caballos grandes, e incluso con perros, no he conocido nunca un caballo más peleón. En la granja se intentó trabajar con él un tiempo, pero era indomable y no era posible trabajar con él, así que un día se lo llevaron, no sabemos donde.

El caso de Blanquita es opuesto al de Llaverito, era una yegua blanca de raza española, pero al ser de baja estatura sus criadores creían que no valía para nada, así que pensaban deshacerse de ella y mandarla al matadero: ¡hay gente que come caballos! Por suerte mis compañeros terapeutas se enteraron a tiempo y fueron a ver a Blanquita, era curiosa, agradable y trabajadora, además al no ser tan alta como el caballo español habitual resultaba ideal para las terapias, ya que el alumno montado a caballo queda más cerca del terapeuta a pie que puede interactuar mejor. Así Blanquita comenzó a trabajar en equitación terapéutica y resultó ser muy válida para ayudar a muchas personas discapacitadas. Esto son cosas que pasan, el ser considerado válido o menos válido depende del grupo con el que te relaciones y las ideas que tengan.

Volviendo a mi trabajo de Terapias Ecuestres, me estoy acordando de algo que pasó hace mucho… mucho tiempo –soy un poni viejito pero con buena memoria– es la historia de un niño en su primer día de clases, lo recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo: el niño se llama Antonio y tiene autismo, un trastorno grave de atención y comunicación, le cuesta mucho entender a los demás y expresarse para pedir lo que quiere, normalmente se enfada y se pone a llorar hasta que su madre lo coge en brazos. Como era el primer día empezó a llorar, no quería separarse de su madre, Santi lo cogió de la mano y lo llevó al centro de la pista mientras Roberto me agarró de la rienda y fuimos caminando en grandes círculos alrededor de ellos, poco a poco fuimos cerrando el círculo aproximándonos a Antonio, hasta que nos paramos junto a él, Roberto me dejó mi grupa cerca de Antonio y la cabeza alejada, ya que la cabeza asusta al principio. Santi ayudó a Antonio a poner sus manitas sobre mi piel, y lo enseñó a acariciarme –no es por presumir, pero tengo un pelo azabache mullido y calentito muy agradable de tocar, como un colchón espeso de borreguito negro–. Después subieron a Antonio sobre mi lomo muy despacio y comenzamos a caminar al paso. Antonio lloriqueaba de manera monótona, no era un llanto nervioso ni muestra de dolor, solo intentaba llamar la atención para irse con su madre, algo normal que suelen hacer los niños pero que aquí no les da resultado, así que seguimos caminando al paso bajo la sombra de unos eucaliptos. Al rato nos paramos y Antonio nos miró desasosegado –quería que continuara caminando, el paso de un caballo es rítmico y agrada mucho a las personas, especialmente a las que padecen autismo-. Santi2 le pidió que dijera “paso” para que yo caminase, aunque Antonio utilizó su forma habitual de pedir las cosas: llorar cada vez mas fuerte, pero como hemos dicho antes: eso aquí no funciona, tras un momento de lloriqueo, Santi acuerda que yo caminaré si Antonio me da una palmadita en el cuello, y Antonio, milagrosamente, me da la palmada -¡muy bien Antonio!, ¡ese es mi Antonio!-anima Santi, ofreciendo sonrisas y caricias afectuosas a Antonio. Por su parte Roberto me pone en marcha de inmediato haciéndome señales para que el paso sea algo rápido y alegre, esta es una forma de premiar a Antonio. Este procedimiento lo repetimos varias veces hasta que Antonio finalmente pronuncia la palabra “paso”, y así continuamos en varias ocasiones.

No está mal para un primer día, Antonio había aprendido una palabra nueva, pero lo más importante es que está aprendiendo a pedir mirando a los ojos a las personas y sin enfadarse, además está aprendiendo a relacionarse con otras personas (humanas y equinas)3 sin ponerse nervioso y a disfrutar de experiencias compartidas, el camino aún es largo, a Antonio le queda todavía mucho por lloriquear, pero por experiencia os digo que algún día Antonio por iniciativa propia se nos acercará, nos mirará a los ojos y nos dirá “paso” para pedir que comience la sesión.

Esto que os he contado antes es una historia más de las que pasan cuando trabajamos las terapias ecuestres, pero hay muchas mas que nos sorprenden día a día, como otro niño también llamado Alberto y afectado de autismo pero que puede hablar un poco mejor, tras su segunda sesión de terapia su madre vino encantada a la granja y nos dijo que su logopeda4 le había comentado lo sorprendido que estaba, ya que el niño había llegado a su consulta y espontáneamente había empezado a relatarle que había montado un poni que se llamaba Pitufo, al que había que pedir “paso” y “trote” y que estaba aprendiendo a manejar las riendas, cepillar y lavar las patas. Es muy difícil que un niño con autismo se comunique de manera espontánea, y mucho más difícil que te cuente sus experiencias o muestre aficiones (hay quienes piensan que los autistas no tienen aficiones), así que algo especial hemos de tener los caballos para que estas cosas estén ocurriendo.

Espero que esto que acabo de contar os haya gustado, si queréis conocerme en persona podéis venir a verme y ayudarme con los niños siempre es bueno contar con ayuda, cuanto mayor sea la manada mejor. Después del trabajo podemos merendar y divertirnos con los juegos y el laberinto. Os esperamos –recordad: traedme zanahorias–.

Autor: Rafa Téllez

1. Del inglés “cajas”, se denomina así a los pequeños habitáculos en los que se recluye a algunos caballos con la falsa creencia de protegerlos. Al tratarse de seres vivos de espíritu libre y con un comportamiento muy basado en experiencias grupales, los caballos encerrados en boxes se vuelven depresivos, irascibles y desarrollan comportamientos agresivos e impredecibles.
2. En las sesiones con alumnos afectados de trastornos de atención y comunicación, solo interactúa con el alumno un terapeuta, que es la persona de referencia para establecer relaciones de comunicación, las otras personas controlan al caballo observan y velan por la seguridad pero en las primeras sesiones han de evitar incluso el contacto visual con el alumno.
3. En una sesión una alumna llamada María le dijo a otro alumno: “¡no le pegues a los caballos que son personas como nosotros!”, desde entonces me gusta esa idea y he empezado a considerarme “persona equina”.
4. El profesional que lo está ayudando a hablar mejor.