






Cuando nos acercamos al caballo, lo primero que hacemos es saludarle. Dejamos que nos huela. Los caballos se reconocen por el olor.
Después le acariciamos para mostrarle que confiamos y para tranquilizarle. Y una golosina como una zanahoria siempre es bien recibida.
Están entrenados para que no se asusten de un elemento extraño como la silla de ruedas. Ya no es extraño para ellos, están acostumbrados.
Cada persona se aproxima al caballo con una actitud diferente, y el caballo, que es muy sensible y se adapta a nuestro comportamiento.
Y cuando termina la sesión, siempre nos despedimos del caballo. Como un buen amigo al que pronto volveremos a ver.